Mamadou Dia llegó a “tierra española” -como él dice-, a bordo de un
cayuco donde vivió una de las peores experiencias de su vida y sin saber
una palabra de nuestro idioma. Hoy, seis años después, se ha paseado ya
por varias ciudades con su libro, ‘3052. Persiguiendo un sueño’, debajo del brazo y con un perfecto español con deje murciano, el lugar donde ha vivido todo este tiempo.
Un
libro que había sido una idea fija en su cabeza desde que comenzó este
largo viaje, porque así se lo había prometido a sus amigos; algunos de
los cuales emprendieron el camino unos meses después que él pero que
nunca llegaron a su destino. “Al principio era una promesa, luego se
convirtió en mi forma de despedida para ellos”.
Durante el viaje lo apuntaba todo, y así siguió haciendo en sus primeros años en España. “El viaje en cayuco es durísimo, pero cuando llegas a España te das cuenta de que no ha acabado. En realidad, acaba de empezar.
Es entonces cuando empiezas a ser consciente de todo lo que tienes que
hacer: luchar por encontrar un trabajo, por conseguir los papeles, por
un lugar donde vivir…”.
Era un 11 de mayo de 2005 cuando subió a la patera, comenzando así “la aventura más larga, más peligrosa y más dura de mi vida”,
como escribe en el libro. “Mucho más duro de lo que yo pensaba, porque
en mi vida me había subido a un barco. El viaje está grabado en mi
mente, al igual que en la de todos los que lo han hecho. Éramos 84
pasajeros en una embarcación de 12 metros, y no había plan B; no había otra solución. En wolof tenemos un dicho, que se puede traducir como O vivir dignamente o morir intentándolo,
y creo que eso es lo que estaba en la mente de todos. Porque este viaje
no lo hacemos por gusto, que no hay ningún sitio mejor que casa ni
comida mejor que la de la abuela. Simplemente, es que era la única
salida. No había otra opción para nosotros”.
Mamadou Dia, con las camisetas para ayudar a financiar el proyecto en Gandiol. Fuente: Proyecto3052km |
Fueron ocho días
enclaustrados en esos 12 metros “y a partir del quinto día, supimos que
estábamos perdidos. No veníamos ninguna señal en el radar. Además, a la
mañana del sexto día desapareció Ibu, uno de nuestros compañeros.
Supimos que no había aguantado más”. La esperanza era tan débil que Dia
pensó que, si realmente escribía su libro, lo llamaría Los sueños perdidos, en recuerdo a los de tanta gente que quedaron en el camino.
Pero
al llegar el octavo día, cuando no les quedaba apenas fuerzas,
alimentos ni gasolina, vieron aparecer un helicóptero sobre sus cabezas.
“Fue increíble, los que estaban tirados en el suelo, los que ya no
podían más, revivieron al momento, fue una fuerza inmenso que salió de
dentro”.
Volver a caminar, después de más de una semana al vaivén
de las olas, el sol, y la deshidratación, no fue fácil, y Mamadou
recordará siempre el apoyo de los voluntarios de Cruz Roja y aquella
botella de agua que le ofreció una de ellas. “Le quería decir que no,
que no me llamaba ‘agua’ –un nombre de mujer, en Senegal-, hasta que
comprendí que ‘agua’ se refería a la botella”-. Aquella primera mano
amiga tras tantos días de viaje le dejó una profunda huella. “En ese
mismo momento decidí que, en cuanto pudiera, yo también sería voluntario
en la Cruz Roja, como aquella chica”. Y así ha sido desde hace ya
varios años: “he dado clases de español, he colaborado en clases de
acogida... y es una de las mejores cosas que me han pasado en España”.
Y
lo mejor, que ha conseguido integrarse: “Aquí tengo amigos, trabajo y
un lugar donde vivir, que es lo que hace falta”, pero no olvida que
durante muchos años tuvo que compartir sus días tan solo con esta “amiga
que no terminaba de marcharse nunca, la soledad”.
¿Y ahora? Ahora el futuro está lleno de proyectos, para él y para Gandiol, su pueblo natal, en Senegal.
“El año pasado, al volver por fin a mi tierra, me di cuenta de que todo
seguía igual. La misma situación que me ahogaba a mí, sigue presente en
los niños y jóvenes de ahora. Las cosas no han mejorado y yo quiero
hacer algo para ayudar”. Por eso ha decidido que todos los beneficios
obtenidos con la venta del libro irán a parar a Senegal, donde prevé
poner en marcha un interesante proyecto. Mi objetivo es que el dinero
vaya destinado a la educación, que es el futuro y lo más importante.
Pero quiero que sea algo sostenible, que dure en el tiempo. Así que lo
que haremos será crear una granja, que pueda producir alimentos para
vender y que dé trabajo a la gente. Y que los beneficios se dediquen a
la educación de los niños”.
(Fuente)
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