viernes, 10 de junio de 2011

Primeras personas, Antonio Porchía

"El amor, cuando cabe en una sola flor es infinito"

Murió el 9 de noviembre de 1968 en una modesta casa de la provincia de Buenos Aires. Para sus vecinos era un solitario que todas las tardes, antes de hacer las compras del mercado, atendía los malvones y rosales de su jardín. Para otros, su pequeño y fiel grupo de amigos, uno de los mayores poetas de nuestra lengua. Coincidían con André Breton, para quien el de Porchia era el pensamiento más dúctil de expresión castellana.Se sabe que había nacido en Catanzaro, Calabria, el 25 de noviembre de 1886 y que, al morir su padre, emigró a la Argentina con su madre y sus cinco hermanos menores. Eso ocurrió durante la primera década del siglo, de modo que Antonio Porchia era por entonces un adolescente. En su juventud fue anarquista, más tarde su pensamiento se fue acercando al socialismo y, al final de su vida, terminó practicando esa especie de panteísmo que reflejan sus escritos: Eramos yo y el mar, Y el mar estaba solo y solo yo, Uno de los dos faltaba. Creía en la unicidad de todo, y de todo en él. Yo faltaba -podría haber explicado Porchia-, de otro modo, ¿cómo hubiera podido contemplar el mar?

Al margen de la promoción, la publicidad y otras formas de la miseria, ajeno al oficialismo literario y sus correspondientes modas, este inmigrante produjo una obra poética de violenta profundidad, uno de los intentos más logrados de sintetizar el pensamiento a que puede aspirar el lenguaje. Curioso, lo hizo en un idioma que nunca llegó a reconocer como totalmente propio.

En 1943, el desconocido Porchia reunió una selección de textos breves y aforismos que había escrito a lo largo de su vida. El pequeño libro, Voces, fue editado por Impulso, Agrupación de Gente de Arte y Letras del popular barrio porteño de La Boca. Cinco años después aparecía una segunda serie de aforismos con análogo título; seguramente este nuevo intento hubiera sido ignorado, como el primero, de no haber mediado una circunstancia fortuita: el crítico Roger Caillois, de paso por Buenos Aires, se había hecho con un ejemplar de la primera edición y lo había traducido al francés en 1949. Los ecos de la repercusión europea no se hicieron esperar.

A partir de aquí, y en especial desde la tercera edición de Voces, publicada en 1956 por Sudamericana, se desencadenaron sobre su obra las más diversas interpretaciones, vinculándola con Lao-tse, Blake, Lichtenberg, Heráclito, Meister Eckhart y otros, a quienes don Antonio desconocía por completo. Pero vea usted en qué me han convertido, insinuaba Porchía mientras le llovían los juicios laudatorios y las amenazas de nuevas traducciones. Es que, en rigor, su cultura formal era muy limitada: a partir de la experiencia vivida, una lúcida inteligencia y una profunda sensibilidad le habían bastado para elaborar una obra de importantes valores. Todo ello apoyado por una feliz coincidencia entre la sabiduría de la vida y la sabiduría del lenguaje, rara unidad que se asemeja peligrosamente a la sabiduría verdadera.

Algunos dicen que sus textos son juegos de palabras, otros suponen que el origen hay que buscarlo en alguna experiencia mística o esotérica. Porchía fue un creador consciente y no un iluminado, un profundo realista que desconcertó a unos y otros y también a aquellos que, como Caillois, no conciben la existencia de la obra literaria sino como la consecuencia de una vasta erudición, de la acumulación de información literaria. Contrariando esa concepción acumulativa, el poeta ha dejado una obra nacida de una cultura no convencional en Occidente, adquirida a través de la experiencia vital, difícil de abordar, ya que debe ser reconstruida o reescrita por el lector. Para quien no proceda así, sus aforismos carecerán de significado, serán meros juegos de palabras.

Aprietas tus manos y no veo nada en tus manos. ¡Oh, cuánto no vemos en donde no vemos nada!
Y si yo soy las necesidades de lo que yo soy, lo que yo soy, ¿quién es?
El tiempo que me demoro en vivir es exactamente igual al tiempo que me demoro en morir.
Una herida se soporta con otra herida, más grande, que se soporta con otra herida, más grande. 
Y así, siempre.
La verdad, que debiera ser lo eterno, siempre, es siempre lo recién nacido o lo recién muerto.
Subir, subir y, alcanzada la cumbre, se contempla un abismo.
De un árbol de cien años, he mirado las flores, de un día.

Estos textos, ninguno de los cuales figura en la actual edición de Voces publicada por Hachette, de Buenos Aires. moviéndose entre categorías absolutas, en esa zona donde lo real y lo irreal se anulan, esta escritura que hizo pensar a Borges que la sintaxis de Porchía era cuestión de fórmulas y luego reconocer su error, atípica, que parece trascender lo literario, requiere del lector un profundo compromiso personal. Para quien se acerque de otro modo, la obra no existe. He ahí el dilema.


Aforismos
 No ves el río de llanto porque le falta una lágrima tuya.
Lleve cada uno su culpa y no habrá culpables.
Nadie es luz de sí mismo: ni el sol.
Un corazón grande se llena con muy poco.
No me hables. Quiero estar contigo.
El recuerdo es un poco de eternidad.
Sí, ya he oído todo. Ahora sólo me falta callarme.


Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas.
Saber morir cuesta la vida.
No podrá esperarte más. Porque has llegado.
Debieras extinguir tus ojos antes que se extinga el sol,
para dejarlo encendido.
Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago,
para que el universal equilibrio de que soy parte
no pierda el equilibrio.
Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.
Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto.


Enlázate

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