He aquí algunas historias más de los padres que vivían en los
alrededores del monasterio de Sceta, en Alejandría, Egipto, poco después
del comienzo de la era cristiana. Estas historias fueron recogidas en
el Verba Seniorum (“la palabra de los más viejos”) y han sobrevivido al
tiempo y a las persecuciones, demostrando que los valores humanos
siempre terminan prevaleciendo.
Utiliza mi capucha
Durante cinco años, el abad Juan había enseñado al novicio todo lo que sabía. Un tiempo después el novicio regresó de su cueva del desierto y ambos decidieron tomar té juntos, apreciando la puesta de sol. Juan estaba contento, pero el discípulo parecía triste.
“Hice todo lo que me pediste, y no consigo ser como tú. No aprendí nada”.
Utiliza mi capucha
Durante cinco años, el abad Juan había enseñado al novicio todo lo que sabía. Un tiempo después el novicio regresó de su cueva del desierto y ambos decidieron tomar té juntos, apreciando la puesta de sol. Juan estaba contento, pero el discípulo parecía triste.
“Hice todo lo que me pediste, y no consigo ser como tú. No aprendí nada”.
Juan fue a su celda y volvió con una capucha parecida a las que usaban los beduinos.
“Ponte esto”.
“No puedo. Es demasiado pequeño para mí”.
“Entonces reduce tu cabeza”.
“¡Eso es imposible!”.
“Más imposible es querer actuar como yo. Cada sombrero sirve solo para quien lo compra, cada camino sirve solo para quien lo recorre”.
Palabras al viento
El abad Isaac de Tebas estaba en el patio del monasterio rezando, cuando vio a uno de los monjes cometer un pecado. Furioso interrumpió su oración y condenó al pecador.
Aquella noche, un ángel le impidió volver a su celda:
“Has condenado a tu hermano, pero no has dicho qué castigo debemos aplicar: ¿las penas del infierno? ¿Una enfermedad terrible en esta vida? ¿Tormentos a su familia?
Isaac se arrodilló y pidió perdón:
“Lancé mis palabras al viento y un ángel las escuchó. Pequé de falta de responsabilidad en lo que digo. Olvida mi ira, Señor, y haz que tenga más cuidado al juzgar al prójimo".
Sobre las pequeñas faltas
Uno de los monjes de Sceta dijo al abad Mateo:
”Mi lengua no deja de causarme problemas. Cuando estoy entre los fieles no me puedo controlar y termino condenando sus acciones erradas”.
El viejo abad respondió al afligido hermano:
“Si piensas que no eres capaz de controlarte, deja la enseñanza y vuelve al desierto. Pero no te engañes: escoger la soledad es una debilidad”.
“¿Qué debo hacer?”, insistió el hermano.
“Admite algunos errores, para así evitar la perniciosa sensación de superioridad. Fuerte es aquel que conoce sus límites y a pesar de ello sigue adelante”.
Sobre la venganza
El monasterio de Sceta vio una tarde cómo un monje ofendía a otro. El superior del monasterio, el abad Sisois, pidió al monje ofendido que perdonase a su agresor.
“De ninguna manera”, respondió el monje. “Tendrá que pagar por lo que ha hecho”.
En ese mismo momento, el abad Sisois levantó los brazos hacia el cielo y comenzó a rezar:
“Jesús, ya no te necesitamos más. Somos capaces de hacer que los agresores paguen por sus ofensas. Ya somos capaces de tomarnos la venganza por nuestra mano, y cuidar del Bien y del Mal. Por lo tanto, Señor, puedes apartarte de nosotros sin problemas”.
Avergonzado, el monje perdonó inmediatamente a su hermano.
“Ponte esto”.
“No puedo. Es demasiado pequeño para mí”.
“Entonces reduce tu cabeza”.
“¡Eso es imposible!”.
“Más imposible es querer actuar como yo. Cada sombrero sirve solo para quien lo compra, cada camino sirve solo para quien lo recorre”.
Palabras al viento
El abad Isaac de Tebas estaba en el patio del monasterio rezando, cuando vio a uno de los monjes cometer un pecado. Furioso interrumpió su oración y condenó al pecador.
Aquella noche, un ángel le impidió volver a su celda:
“Has condenado a tu hermano, pero no has dicho qué castigo debemos aplicar: ¿las penas del infierno? ¿Una enfermedad terrible en esta vida? ¿Tormentos a su familia?
Isaac se arrodilló y pidió perdón:
“Lancé mis palabras al viento y un ángel las escuchó. Pequé de falta de responsabilidad en lo que digo. Olvida mi ira, Señor, y haz que tenga más cuidado al juzgar al prójimo".
Sobre las pequeñas faltas
Uno de los monjes de Sceta dijo al abad Mateo:
”Mi lengua no deja de causarme problemas. Cuando estoy entre los fieles no me puedo controlar y termino condenando sus acciones erradas”.
El viejo abad respondió al afligido hermano:
“Si piensas que no eres capaz de controlarte, deja la enseñanza y vuelve al desierto. Pero no te engañes: escoger la soledad es una debilidad”.
“¿Qué debo hacer?”, insistió el hermano.
“Admite algunos errores, para así evitar la perniciosa sensación de superioridad. Fuerte es aquel que conoce sus límites y a pesar de ello sigue adelante”.
Sobre la venganza
El monasterio de Sceta vio una tarde cómo un monje ofendía a otro. El superior del monasterio, el abad Sisois, pidió al monje ofendido que perdonase a su agresor.
“De ninguna manera”, respondió el monje. “Tendrá que pagar por lo que ha hecho”.
En ese mismo momento, el abad Sisois levantó los brazos hacia el cielo y comenzó a rezar:
“Jesús, ya no te necesitamos más. Somos capaces de hacer que los agresores paguen por sus ofensas. Ya somos capaces de tomarnos la venganza por nuestra mano, y cuidar del Bien y del Mal. Por lo tanto, Señor, puedes apartarte de nosotros sin problemas”.
Avergonzado, el monje perdonó inmediatamente a su hermano.
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