lunes, 1 de octubre de 2012

Historias de la madre naturaleza

El león y los gatos 
Un león encontró a un grupo de gatos conversando. "Voy a devorarlos", pensó.
Pero comenzó a sentir una extraña calma. Y decidió sentarse con ellos para escuchar lo que decían.
-¡Mi buen Dios - dijo uno de los gatos, sin notar la presencia del león. - ¡Hemos rezado toda la tarde, pidiendo que lloviesen ratones del cielo!
-¡Y hasta ahora no ha pasado nada! - dijo otro.- ¿Será que Dios no existe?
El cielo permaneció mudo. Y los gatos perdieron la fe.
El león se levantó y siguió su camino, pensando "Hay que ver como son las cosas: yo iba a matar a esos animales, pero Dios me lo impidió. Aun así, ellos dejaron de creer en las gracias divinas: estaban tan preocupados con lo que les faltaba que ni se dieron cuenta de la protección que recibieron."


En silencio
El árbol estaba tan lleno de manzanas que sus ramas no conseguían balancearse con el viento.
-¿Por qué no haces ruido? Al fin de cuentas, todos tenemos alguna vanidad y necesitamos llamar la atención de los otros - comentó el bambú.
- No lo necesito. Mis frutos son mi mejor propaganda - respondió el
árbol.

 La margarita y el egoísmo
"Soy una margarita en un campo de margaritas" pensaba la flor. "En medio de las otras, es imposible notar mi belleza"
Un ángel escuchó su pensamiento y comentó:
- ¡Pero si eres tan bonita!
- ¡Quiero ser única!
Para no oir más reclamaciones, el ángel la transportó hasta una plaza de una ciudad.
Días después el alcalde pasó por allí con un jardinero, para reformar el lugar.
- Aquí no hay nada interesante. Revuelvan la tierra y planten geranios.
- ¡Un momento! - gritó la margarita - ¡Si hacéis eso me mataréis!
- Si existieran otras como tú, podríamos hacer una bonita decoración - respondió el alcalde. Pero es imposible encontrar margaritas por los alrededores y tú sola no haces un jardín.
Y seguidamente arrancó la flor.

 Olvidando la magia
La gaviota volaba sobre la playa cuando vio a un gato, e inmediatamente se enamoró de él. Descendió del cielo y le preguntó:
- ¿Dónde están tus alas?
Cada animal habla sólo un idioma, así que el gato no entendió lo que ella le decía; pero notó que el ser que estaba frente a él tenía dos cosas extrañas saliendo de su cuerpo. "Debe de sufrir alguna enfermedad", pensó el gato.
La gaviota percibió que su nuevo amado la miraba fijamente:
- ¡Pobrecito! Seguramente fue atacado por monstruos que lo dejaron sordo y le robaron sus alas.
Compadecida, lo cogió con su pico y lo llevó a pasear por las alturas. "Así por lo menos estamos un rato juntos" pensó mientras volaban. Pero como no
consiguió - por más que lo intentase - demostrarle su amor, finalmente lo depositó en el suelo y partió en busca de alguien que la comprendiera mejor.
El gato permaneció profundamente infeliz durante algunos meses: había conocido las alturas, visto un mundo vasto y bello, encontrado una compañera, y todo había terminado. Pero con el paso del tiempo volvió a acostumbrarse a como era antes, concluyó que no había nacido para ir tan lejos en sus sueños y nunca más deseó que le pasara algo bueno en su vida, pues el perderlo después le hacía sufrir mucho.

 Los puercoespines y la solidaridad
El lector Álvaro Conegundes cuenta que durante la era glacial muchos animales morían a causa del frío. Los puercoespines, percibiendo la situación, decidieron juntarse en grupo para ayudarse y protegerse mutuamente.
Pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más próximos y por esto tuvieron que volver a separarse unos de otros.
Volvieron a morir congelados. Y tuvieron que hacer una elección: o desaparecían de la faz de la Tierra o aceptaban las espinas de sus semejantes.
Sabiamente, decidieron volver a juntarse. Aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que una relación muy próxima podía causar, ya que lo más importante era el calor del otro.
Y terminaron sobreviviendo.

 En el camino de Damasco
El hombre caminaba por el camino de Damasco. Recordaba su amor perdido y su alma sollozaba. "¡Pobre del ser humano que conoce el amor" pensaba. "Jamás será feliz, por el miedo a perder lo que ama".
En aquel momento escuchó a un ruiseñor cantando.
-¿Por qué actúas así? -le preguntó- ¿No ves que mi amada, que gustaba tanto de tu canto, ya no está más aquí a mi lado?
-Canto porque estoy contento - respondió el ruiseñor.
-¿Tú nunca perdiste a nadie? - insistió el hombre
-¡Muchas veces! -respondió el ruiseñor- Pero mi amor continuó siendo el mismo.
Y el hombre sintió más esperanza en su camino.

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