domingo, 6 de enero de 2013

Primeras personas, Neil Ibata




Es la noche de Reyes y Neil acaba de salir en los telediarios de varias cadenas de televisión francesas. Este quinceañero de voz grave no ha salido en los telediarios por ser coautor junto a 15 científicos de un descubrimiento que ha ocupado la portada del último número de una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo, Nature.

Suena el teléfono en casa de Neil y lo coge su madre, profesora de inglés. “Espera, que ahora se pone. ¡Neil! ¡Neeeeeeiiiiiiiiil! Ya viene”, dice. El chico es hijo del astrofísico Rodrigo Ibata, un inglés de origen boliviano, y criado en Santa Cruz de la Sierra, que trabaja en el Observatorio Astronómico de Estrasburgo. Ibata lleva años estudiando la galaxia de Andrómeda, una gigantesca espiral que, pese a situarse a 2,5 millones de años luz de la Tierra, es visible a simple vista en el cielo. Un día, le propuso a su hijo hacer en el Observatorio un cursillo sobre el lenguaje de programación Python, un software libre con fama de sencillo y bautizado así en honor a los humoristas británicos Monty Python.


Galaxias como migajas
Durante semanas, Neil puso a punto un programa en el que metieron los datos de 27 galaxias enanas que rodean a la gigante Andrómeda. Y, un buen día, el chaval se dio cuenta de que algunas de ellas formaban un disco extremadamente aplanado que giraba en torno a su hermana mayor. Se lo dijo a su padre, que se quedó pálido. Hasta ahora, se pensaba que las galaxias grandes, como la propia Andrómeda o nuestra querida Vía Láctea, devoraban a sus vecinas de menor tamaño, dejando galaxias enanas como migajas a su alrededor.

Los astrónomos creían que estas migajas eran independientes unas de otras. Pero no. En la pantalla del ordenador de Neil se veía que las galaxias enanas en torno a Andrómeda se organizan en una gigantesca estructura aplanada que rota sobre sí misma. Además, según explican en la revista Nature, este disco se alinea de alguna manera con el polo de la Vía Láctea, sugiriendo un orden en el universo hasta ahora desconocido.

“Hace dos años estuve en San Sebastián con unos amigos, muy bonito”, cuenta Neil de primeras por teléfono con naturalidad, como si no acabara de descubrir un nuevo orden en el universo. “No me gusta mucho decir que he tenido suerte, porque suena a superstición, pero de alguna manera es cierto que tuve la suerte de estar en el momento adecuado en el lugar adecuado, nada más”, explica sobre su hallazgo.


Admirador de los Monty Python

Neil, nacido en 1997, estudia en la Escuela Internacional Pontonniers, una institución pública que acoge a 1.000 alumnos en un precioso edificio de estilo alemán situado cerca de la catedral de Estrasburgo. Allí estudia inglés y chino. “Por desgracia, nada de español, aunque mi abuelo era boliviano”, lamenta. Toca el piano y sale habitualmente a correr y a montar en bici. Y se troncha con los Monty Python.

A Neil le gusta el rap estadounidense, como a muchos chicos de su edad, pero también la ciencia. Quiere ser físico, pero en ningún caso astrofísico, para no hacer lo mismo que su padre. “La ciencia es fascinante, es espectacular. Si a algunos alumnos la ciencia les parece aburrida, la culpa es de los profesores”, afirma.

Neil se despide con una pregunta: “¿Te paso con mi padre?”. Rodrigo Ibata coge el teléfono y, en español salpicado de inglés y francés y con un suave acento boliviano, asegura: “Lo que ha hecho Neil no es de genio. Los estudios científicos tienen partes fáciles y partes difíciles. La suya era una parte fácil que se puede hacer perfectamente con las matemáticas propias de su edad”.






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