El origen del libro
electrónico no está ni en Estados Unidos ni en Japón, sino en nuestro
país; y no se lo debemos a ningún científico famoso, sino a una
humilde maestra de una aldea cercana a Ferrol.
La genial idea de Ángela Ruiz Robles, reconocida internacionalmente como precursora del libro digital, se llama Enciclopedia Mecánica y fue patentada nada menos que en 1949.
Lo que pretendía doña Angelita, además
de aligerar el peso de las carteras de sus queridos alumnos y alumnas,
era facilitar la adaptación de los contenidos según sus necesidades,
enseñar en diferentes idiomas, apoyar el aprendizaje con sonidos y
facilitar la lectura en la oscuridad incorporando luz. Una mente
sorprendentemente avanzada para la época tanto desde el punto de vista
tecnológico como pedagógico, que quiso hacer placentero y eficaz el
aprendizaje en una escuela en la que la letra con sangre entraba y
que defendió la enseñanza individualizada y la atención a la
diversidad, intentando facilitar la vida a alumnos, profesores, autores y
editores.
La amplitud de mente de Ángela resulta aún más impresionante si tenemos
en cuenta la época y el entorno en que vivió. Nació en 1895 en
Villamanín, un pueblo de León, ciudad en la que estudió Magisterio. Allí
fue maestra en varias escuelas hasta que obtuvo plaza en una aldea
cercana a Ferrol, en tierras gallegas. Posteriormente dirigió la Escuela
Nacional de Niñas del Hospicio y enseñó en la Escuela Obrera Gratuita.
Finalmente fue directora del Colegio Ibáñez Martín hasta jubilarse en
1959.
Lamentablemente, todas las posibilidades
del invento nunca llegaron a desarrollarse ni tampoco a comercializarse
por falta de financiación, a pesar de todos los premios y
reconocimientos que recibió por su labor esta mujer adelantada a su
época (como la Cruz de Alfonso X el Sabio
o varias medallas en ferias nacionales e internacionales de inventiva,
como las de Ginebra, Sevilla o Madrid), ya que además de la
enciclopedia, doña Angelita patentó una máquina taquimecanográfica y
escribió un Atlas Científico Gramatical, además de otros quince libros.
En 1970 se le propuso registrar su
patente en Estados Unidos para fabricar y comercializar el invento allí,
pero la maestra, que ya entonces tenía 75 años, prefirió que se
desarrollara en España. Eso nunca pasó, solamente consiguió que se
elaborase un prototipo en cobre bajo su supervisión personal en el
Parque de Artillería del Ferrol, que hoy está expuesto en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología de A Coruña.
Angelita murió en Ferrol en 1975 dejando
una huella imborrable en la comunidad didáctica y científica y, desde
luego, entre las muchas personas que la conocieron, los alumnos y
alumnas que recibieron sus enseñanzas, sus tres hijas y todos los que
formaron parte de su familia y entorno.
Es una pena que no sea tan conocida como
merece, pues su figura es ejemplar en muchos sentidos: como mujer, se
abrió paso en un ambiente que la hubiera preferido limitada a su hogar y
su familia; como maestra, buscó incesantemente la innovación didáctica
necesaria para transformar la educación de acuerdo con la evolución
tecnológica y con las necesidades de la época; como emprendedora, porque
a pesar de que no consiguió comercializar su idea, demostró tener un
espíritu creativo y dinámico tanto más necesario cuanto más difíciles
son los tiempos en los que se está viviendo.
(Fuente)
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