viernes, 14 de febrero de 2014

El hilo de Ariadna


Como una flor a su perfume, estoy atado a tu recuerdo impreciso. 
Estoy cerca del dolor como una herida, si me tocas me dañarás irremediablemente.
Para nacer he nacido, Pablo Neruda

Todos estamos necesitados de amor. Creemos que nuestro problema reside en ser amados, no en amar. En ser dignos de amor, en lograr que se nos ame. Partimos de la premisa de que la dificultad reside en encontrar a la persona apropiada para amar o para que nos ame y descuidamos el concepto de que amar es una facultad difícil de aprender, diferente del confuso e insostenible enamoramiento inicial y del disparatado apasionamiento, como del incontenible atractivo sexual. Bien dice Erich Fromm que el amor es “un arte”.

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No hay necesidad mayor que la de superar la soledad que conlleva la angustia, la culpa, el miedo, la locura… Entonces se impone superar el aislamiento, lograr la unión, trascender la propia individualidad.

La composición de una pareja constituye un proceso extremadamente complicado, expuesto a infinitos fracasos y frustraciones, porque es una suerte de acuerdo  en el que no podemos perder la propia libertad ni ignorar la insobornable diferencia del otro. Es una situación que no debe someter ni subsumir al otro a nuestro arbitrio.

La pareja amorosa es un espacio de entrecruzamiento del amor y el deseo, aventurado tanto a la idealización enamoradiza como al exceso perverso. Es por consiguiente muy complejo encontrar la ecuación justa. Dice Milmaniene que es difícil el equilibrio entre “la permanencia idealizante del amor y el furor pasional del deseo”. Y agrega “La unión lograda entre un hombre y una mujer configura un territorio poético del deseo y el amor”.

Hablamos de la necesidad de unión con otro. En la actividad creadora –cualquiera sea- el artista que crea se une con su material que representa el mundo exterior a sí mismo.


Los hilos de Ariadna
Individuo y objeto se tornan uno mismo. En el caso que nos ocupa la unión expresada por  los poetas a través de sus palabras los enlaza a sus sujetos amorosos, objetos de su creación, y permite la identificación de otros que sufran o gocen como ellos.
No puede haber mejor respuesta que el amor en el deseo de fusión interpersonal del hombre. Curiosa paradoja la de este sublime sentimiento que le permite a dos seres convertirse en uno y seguir siendo dos.
Es justamente el hombre quien tiene el don de la palabra como medio insustituible de decirse y de manifestar sus emociones y sus sentimientos. Y aunque el acto de amar trasciende el pensamiento y la palabra, cuando el que ama es un poeta y su materia poética es su objeto amoroso, la palabra es poética y por tanto, necesariamente justa  y bella, por sentida; precisa y perfecta, por espontánea e impensada; única e irrepetible, insobornable, genuina, como el amor.
Todo símbolo de amor expresa una conjunción, la destrucción de un dualismo, una convergencia, un centro, un espacio, un estado sólo fracturable por la separación, y en el momento en que las emociones se chocan, se enlazan, se enraízan,  se derraman, se alzan, se diluyen, surgen las palabras para darles curso, para rescatarnos, para curarnos y salvarnos. Y el poema está escrito, y como toda creación se constituye  en un elemento de sanación que nos impide – simplemente- morir de amor.
La emoción no deja de ser lo que es porque la palabra la circunscriba. Sin la palabra arrojada por la pasión, disparada por el entusiasmo, enardecida por la impotencia, impulsada por el ardor, corroída por la pena, arrebatada por la desesperación, qué poco sabrían las emociones de ellas mismas, y qué difícil sería espejarse y contemplar nuestro propio sentir en versos ajenos, cuando no nos ha sido dado el don poético.


(Fuente)



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El hilo de Ariadna como metáfora del mundo




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