Como una flor a su perfume, estoy atado a tu recuerdo impreciso.
Estoy cerca del dolor como una herida, si me tocas me dañarás
irremediablemente.
Para nacer he nacido, Pablo Neruda
Para nacer he nacido, Pablo Neruda
Todos estamos necesitados de amor. Creemos que nuestro problema
reside en ser amados, no en amar. En ser dignos de amor, en lograr que
se nos ame. Partimos de la premisa de que la dificultad reside en
encontrar a la persona apropiada para amar o para que nos ame y
descuidamos el concepto de que amar es una facultad difícil de aprender,
diferente del confuso e insostenible enamoramiento inicial y del
disparatado apasionamiento, como del incontenible atractivo sexual. Bien
dice Erich Fromm que el amor es “un arte”.
No hay necesidad mayor que la de superar la soledad que conlleva la
angustia, la culpa, el miedo, la locura… Entonces se impone superar el
aislamiento, lograr la unión, trascender la propia individualidad.
La composición de una pareja constituye un proceso extremadamente complicado, expuesto a infinitos fracasos y frustraciones, porque es una suerte de acuerdo en el que no podemos perder la propia libertad ni ignorar la insobornable diferencia del otro. Es una situación que no debe someter ni subsumir al otro a nuestro arbitrio.
La pareja amorosa es un espacio de entrecruzamiento del amor y el deseo, aventurado tanto a la idealización enamoradiza como al exceso perverso. Es por consiguiente muy complejo encontrar la ecuación justa. Dice Milmaniene que es difícil el equilibrio entre “la permanencia idealizante del amor y el furor pasional del deseo”. Y agrega “La unión lograda entre un hombre y una mujer configura un territorio poético del deseo y el amor”.
Hablamos de la necesidad de unión con otro. En la actividad creadora –cualquiera sea- el artista que crea se une con su material que representa el mundo exterior a sí mismo.
Individuo y objeto se tornan uno mismo. En el caso que nos ocupa la
unión expresada por los poetas a través de sus palabras los enlaza a
sus sujetos amorosos, objetos de su creación, y permite la
identificación de otros que sufran o gocen como ellos.
No puede haber mejor respuesta que el amor en el deseo de fusión
interpersonal del hombre. Curiosa paradoja la de este sublime
sentimiento que le permite a dos seres convertirse en uno y seguir
siendo dos.
Es justamente el hombre quien tiene el don de la palabra como medio
insustituible de decirse y de manifestar sus emociones y sus
sentimientos. Y aunque el acto de amar trasciende el pensamiento y la
palabra, cuando el que ama es un poeta y su materia poética es su objeto
amoroso, la palabra es poética y por tanto, necesariamente justa y
bella, por sentida; precisa y perfecta, por espontánea e impensada;
única e irrepetible, insobornable, genuina, como el amor.
Todo símbolo de amor expresa una conjunción, la destrucción de un
dualismo, una convergencia, un centro, un espacio, un estado sólo
fracturable por la separación, y en el momento en que las emociones se
chocan, se enlazan, se enraízan, se derraman, se alzan, se diluyen,
surgen las palabras para darles curso, para rescatarnos, para curarnos y
salvarnos. Y el poema está escrito, y como toda creación se constituye
en un elemento de sanación que nos impide – simplemente- morir de amor.
La emoción no deja de ser lo que es porque la palabra la circunscriba.
Sin la palabra arrojada por la pasión, disparada por el entusiasmo,
enardecida por la impotencia, impulsada por el ardor, corroída por la
pena, arrebatada por la desesperación, qué poco sabrían las emociones de
ellas mismas, y qué difícil sería espejarse y contemplar nuestro propio
sentir en versos ajenos, cuando no nos ha sido dado el don poético.
El hilo de Ariadna como metáfora del mundo
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